¡Ay, Lula!....
Cuando Luis Inácio -Lula- da Silva ganó las elecciones presidenciales del año 2002, en el país más extenso de Sudamérica, Brasil, con más de 180 millones de habitantes, la región creía que renacería en la esperanza. Un líder obrero con tres intentos fallidos por ceñirse la banda presidencial contaba entonces con el apoyo del 61 por ciento de los 52 millones 400 mil votantes brasileños para sacar a esa nación de la crisis política, moral y económica a la que había sido llevada por políticos tradicionales, casi siempre, de muy escasos escrúpulos. Lula encantaba a todos. Comparaba al Fondo Monetario Internacional –FMI- con “el beso de la muerte”, pero, más que nada, anunciaba la aplicación del programa “Hambre Cero” y proclamaba su compromiso moral y económico con las masas desposeídas, con los pobres, que –en honor a la verdad- paradójicamente siguen siendo muchas en esa rica nación. Hoy, a menos de dos años de gestión, el ejecutivo del Palacio de Planalto, tiene que comenzar a defenderse: “No hay que perder nunca la esperanza, hay que perseverar siempre y andar con la cabeza en alto, porque la verdad vencerá”, proclama, acorralado por múltiples denuncias de corrupción.
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